A MELÁNEA:

A MELÁNEA:

Por: Carlos Ortiz Moreno

En los setenta, una mujer era el dolor de cabeza de los jefes de la Policía Judicial del Estado que tenían que responder sus preguntas muchas veces quisquillosas. Siempre llegaba con su enorme sonrisa y, para conocer detalles de casos de la nota roja, se hacía amiga de las secretarias que trabajaban en la única agencia del Ministerio Público del Fuero Común que había en Acapulco. Esa mujer, periodista, era Melánea Calderón García.
Trabajaba en el histórico periódico de Acapulco llamado La Verdad y que era dirigido por aquel hombre que, sin afán ideológico, criticaba todo lo relacionado al gobierno: Ignacio de la Hoya Pinedo. Claro, esa postura le redondeaba con creces en lo económico porque era el periódico que más compraban los acapulqueños de esa época hasta que llegó Trópico a destronarlo con su sección del Anuncio Oportuno.
La Verdad de Acapulco era un periódico pesado al que le temían los gobernantes de aquel invencible PRI. Y ahí creció, periodísticamente hablando, Melánea. Vendía publicidad, gestionaba recursos para el dueño de ese medio de comunicación, lo que avivó el chisme de que la relación era demasiado personal entre ambos. Como casi siempre sucede fue la víctima del viejo estigma que surge cuando se hace una amistad cercana entre un hombre y mujer.
Ahí, como la gran mayoría de los periodistas de la llamada Vieja Guardia, comenzó a picar piedra de manera empírica con la guía del aquel viejo director. Y tomó el reto de ir a reportear las notas de policía en esos tiempos en que el machismo, el irrespeto a la ley (ni se conocía el concepto de derechos humanos, hoy muchas veces escupido por cualquier hijo de vecino) y la violencia, se imponían en un Acapulco que removía intereses profundos como el despojo de enormes porciones de tierras a ejidatarios.
De buenas a primeras, Melánea se va a trabajar al periódico Revolución de Guerrero con Pedro Huerta Castillo (después se hicieron compadres), quien la impulsó a la cobertura de la información que parecía exclusiva para los hombres: la nota política. En esos años, eran contadas las mujeres que ejercían este oficio de locos. Ellas abordaban más el aspecto social que comenzó a relanzar una nueva ventana en el periodismo de aquella época.
En ese periódico, Melánea también vendía publicidad. Era buena para convencer a los clientes. Era como una chinche difícil de erradicar en tiempos de calor. Y tenía cuatro razones por las que tenía que ser y hacer de todo en el periodismo: fue reportera, entrevistadora, maestra de ceremonias, publicista, correctora de galeras. En suma, sabía trabajar.
Sus cuatro razones para ser una mujer obstinada tenían nombres: Hortensia, Salvador, José y Luz María. Por ellos luchó muchas etapas de una vida difícil que podía enfrentar una mujer sola, hundida en la viudez y en medio de un mundo donde se imponía el machismo a rajatabla.
En 1982, Melánea tomó la decisión de ser independiente, de no seguir alimentando el ego y los bolsillos a quienes la usaron para los fines comerciales y económicos de sus negocios. El 2 de abril de ese año, convirtió su sueño en realidad cuando Crítica de Guerrero comenzó a circular en Acapulco. Su propio periódico.
Con esa decisión, Melánea se convirtió, al mismo tiempo, en la primera mujer editora de un medio de comunicación impreso en Acapulco. Y pese al rango de ser la dueña editorial de ese periódico siguió luchando por estar en un lugar que parecía destinado solamente para los hombres.
Melánea fue la precursora de los periódicos dirigidos por mujeres. Le siguieron los pasos, María Fausta Luna Pacheco, Marisela Ursúa Ballanis, Olivia Alarcón Mojica, además de Eloína López Cano (años después), entre otras. Su incursión permitió que los periodistas empezaran a aceptar a otras mujeres que también hacían la competencia en la reporteada como Roselia Escobar Mejía, Patricia Martínez Ruiz, Laura Sánchez Granados, Dulce Quintero, por mencionar algunos nombres.
Para enfrentar y contrarrestar los embates machistas, las mujeres comenzaron a agruparse y conformaron el grupo Mujeres de Prensa de Guerrero. Se aliaron y luego, como casi todas las agrupaciones periodísticas, se perdió la magia y el encanto… pero esa es otra historia.
Quienes conocimos a Melánea Calderón supimos que fue una mujer luchadora y siempre se preocupaba por el bienestar de las familias de aquellos reporteros que, hay que resaltarlo, se perdían en el limbo de la “estrellitis” y caían en otros encantos que los hacían abandonar sus responsabilidades con sus familias, incluyendo esposas e hijos.
Hizo amistades con la gente del poder, con el mundo de los militares, con el mundo de los periodistas (seres pocas veces comprendidos porque son seres raros, a menudo).
Su espíritu fue de una mujer emprendedora. Alguna ocasión otra mujer, una jefa de prensa de una importante oficina en Acapulco, le increpó ese talante chingativo:
—Melánea… cómo chingas. Pareces un pedo atorado.
Pero hay que reconocerle a Melánea que ese ímpetu, siempre mostrado a diestra y siniestra, abrió la puerta a muchas mujeres que hoy, circulan en los pasillos de la información de todos los niveles. Actualmente las mujeres que son reporteras, fotógrafas y/o editoras, son egresadas de universidades y eligieron la carrera de una mejor manera que antes.
Recordar a esa mujer trae otra vida junto a ella. Una parte importante, indisoluble, de la vida de Melánea fue su hijo Pepe. Todos lo conocimos como el compañero inseparable de esta mujer periodista.
Pese a su discapacidad, Pepe acompañó en la cobertura de incontables noticias a su madre. Desde que lo conocí, hace más de cuarenta años, fue un niño cuyo cuerpo se fue moldeando al cambio natural del crecimiento. Pepe fue la preocupación número uno de Melánea, más allá de querer ganar dinero extra.
Y cómo no iba a preocuparle. Recuerdo aquella historia de esa noche cuando el grupo de reporteros cubría la campaña de José Francisco Ruiz Massieu. Travieso, a más no poder, Pepe se metió a una de las patrullas de la Policía Federal de Caminos, tomó el aparato de radiocomunicación de la unidad y comenzó su arenga, provocada por algún cabrón que lo azuzó:
—Palo negro, palo negro, los periodistas son atacados… Palo negro, palo negro…
Esa era la clave de emergencia de la corporación. Casi de inmediato, el equipo de prensa del candidato priista fue rodeado de decenas de patrullas de todas las corporaciones. Y Pepe se ganó el regaño y la chinga de su mamá.
Era entrona en las preguntas. Siempre fue directa cuando entrevistaba a los funcionarios y muchas veces, por lo menos yo lo sentí así algunas ocasiones, nos abría el camino a los que hacíamos los pininos.
Su voz ronca callaba a los funcionarios cuando pretendían, con explicaciones estúpidas, sacudirse de aquellos imberbes reporteros. Y luego, ya empoderados por ese estilo rezongón de ella, nos abalanzábamos en los cuestionamientos.
A Melánea la conocí desde que yo era alumno del Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos número 37, hoy escuela secundaria Técnica número 1. Sus hijos también fueron estudiantes de esa institución.
Y fue amiga de mi mamá. Fue amiga de mi papá. Y conoció a todos mis hermanos. Todos.
Esta maldita pandemia abortó la idea que tuve a principios de año de querer entrevistarla para recordar pasajes de la vida periodística de hace 50 años.
Pese a que comencé en 1979 a trabajar en El Sol de Acapulco, mi memoria abarca años atrás, en mi niñez, de los momentos de Trópico, de La Unidad (de Alfredo López Cisneros, El Rey Lopitos), del Diario de Acapulco (de Alfredo G. Lobato), de El Sol de Guerrero (de Donato Valdez Ortega) y otros medios de comunicación que se imprimían en Acapulco. Por eso quería tomarme un café con ella, acompañarla y disfrutar de su vejez, de esa que te hace sabio.
Quería escucharla. Quería que me dijera lo que siempre me dijo cuando me veía:
—Carlitos, Carlitos… ¿cómo estás, mi hijo?
Ya no se pudo.
Este domingo, con sus 84 años de vida bien disfrutada, Melánea inició el camino hacia el descanso eterno.
Llevaba algunos días enferma, parecía que vencería su enfermedad. Pero esta esta vez, su espíritu aguerrido no pudo más.
Chava, su hijo, me contó que había tenido una semana terrible. La tos y la fiebre no la dejaban respirar bien. Dos días antes, todo pareció mejorar. Sin embargo, ayer comenzó a sentirse mal y pidió que la acostaran en su cama.
Ahí, muy segura de sí misma, Melánea le ordenó a Salvador que no se alejara de ella porque ya iba a morirse. Y así sucedió. Así era ella. Lo que quería hacer, lo decía y luego lo ejecutaba.
No podré estar con ella por esta pandemia (mitad por miedo y mitad por recomendación sanitaria). Las disposiciones oficiales en torno a los fallecimientos se tienen que cumplir, pero la noticia de su muerte trajo mil recuerdos hacia mí.
Descansa en paz, Melánea.
Buen viaje.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

A %d blogueros les gusta esto: